
Caminé las congestionadas tres cuadras que me separaban de mi segundo hogar. Sorteaba cada obstáculo, osea diversos comercios ambulatorios, debatiéndome entre bocinas, humo, empujones y calor. Mucho calor. La ilusión del cabello mojado, limpio y radiante naufragó. Lo tenía pajoso, lleno de polución y esponjadísimo. El terror de todas. Misericordia! Sentía como todo mi elaborado maquillaje. Sombras lápiz blush máscara de pestañas base polvos. Se fusionaban en un solo elemento.

¿Qué estaré pagando? Que nadie me vea. Señor tu eres grande. Poderoso. Osea. Confieso. Debo hacerlo. Qué aún el shock de esos segundos me causa migraña. Qué vestido repetido en la última fiesta. Qué el shock de inversiones incrementará el precio de los perfumes importados. Qué salimos con los ojos cerrados en las PICs de lima2night. OHH. Lo peor. Que descubrimos que se nos echo a perder la manicure de salón. No mi amor. Eran ellos. Una bandada de guapísimos navies me vieron ahí. Cual huérfana. Desdichada en ese rústico banco. Acompañada de las palomas. OXO. Digna. Al fin y al cabo. Caminé erguida. Pase delante de ellos. Sentí como el asfixiante humo de las combis batía mi miserable pelo. Y las gotitas del agua de acequía recorría mi piel. Podía ser la última miasma de la tierra pero Upps! Upps! Digo Upps! La pita que se rompió. Mi taco que feneció. OXO.
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