Mi sorpresa me lleva a meditar acerca de la esperanza. Esa que dejé escapar por la ventana de un auto, y que hoy entre velas y rezos encuentro junto con la reconciliación conmigo misma.
El olor a palo santo y mirra bendecía cada minuto de esa larga espera. Danzaban cual novatas ballerinas. Con cutis de muñequitas de porcelana. De coloridos labios. Ataviadas con fragancias de flores de antaño y peinado bombeé. Con manos temblorosas y ansías de unas chiquillas de quince años. Golpeaban la enorme puerta tallada y recién restaurada. Unas se recostaban dulcemente en los fríos bloques de piedra. Otras caminaban y deleitaban a los mortales con su almibarado cuchicheo.
Al abrirse de par en par las placas de madera, sus ojos vislumbraron años febriles de emoción y alegría desperdigada sin ton ni son. Eran peculiares adelfas jugando a hacer niñas. Sin embargo ya no tenían muñecas, ni yaces en sus bolsillos. Portaban rosarios y una fe que no distinguía clases sociales. Perpetuada en los surcos de pequeños rostros. Todos rendidos ante la imponente pintura del siglo 17. Al averiguar este dato, mi sorpresa me lleva a meditar acerca de la esperanza. Esa que deje escapar por la ventana de un auto, y que hoy entre velas y rezos encuentro junto con la reconciliación conmigo misma.
En esta alegoría de almas redimidas, me encontraba algo dispersa. Mucha gente que hacia sendas filas y que pugnaban con alma, corazón y vida – sí como la canción - por ser la primera en liberarse. De tanta culpa se me ocurre. De tanto dolor quizás. Yo lo que quería era hablar. Explicar porque de mi presencia. Cual era el motivo de encontrarme de rodillas. Por que había cruzado todo el centro para estar ahí. No importaba si era la número tres, cuatro o mil. Era lo de menos. Necesitaba ser escuchada y no juzgada. Tampoco quería pena o lástima. Precisaba escuchar la verdad. Y la encontré.
Percibo que cualquier temporada – excepto por el verano- me es indiferente. Pero mis ganas y alegría se ven renovadas al llegar el tiempo de Octubre. Con la tradición y algarabía que inunda las calles de la ciudad. Con el mar de velos blancos y cánticos de fervorosas mozas. Con la fe y esperanza que se mantiene incólume a pesar del tiempo. Recuerdo vagamente mis visitas al templo de la mano de mamá. Por lo que deduzco que, estas enormes ganas de credulidad no tuvieron mucho asidero en esa época. Y hasta ahora me preguntó ¿Cómo la adquirí? Quien sabe la respuesta, pero tal vez se deba a que “A pesar de todo, nunca dejo de creer” Y ahora progresivamente vuelve a mí la capacidad de sorprenderme. Las reiteradas veces que me desesperaba por recordar y saber cómo era yo, están olvidadas. Gracias, mes morado, mes de los milagros, por recordármelo.
4 comentarios:
espero recibir uno ( milagro)...aunque sea coritito, aunque no se cuando perdi la fé, sé que es my beuno ...y que hace a las personas unos tipos mejores...cuidese...
Rezaré para que eso suceda ummmmm!!!!
Besos mi niño y Feliz Día!
y saber que una auto denominada linda,se decia devota del mr morado (con ida a la procesión y todo)
Angelical Mire, me parece que el mes no hace al santo, ni los olores de almíbar ni las mujeres de atavíos oscuros que se muestran misteriosas, calladas y solenmes.
Lo que sí parece cierto es que tenemos la necesidad de redimirnos en cualquier momento del día.
Acabo de pensar mal y me siento alegre por ello.
Saludos.
Publicar un comentario