9.07.2006

Dolor Uhmm Dolor

La sentencia fue dictada. Y mis ojos se abrían cada vez más al escuchar el número. Serían siete. “El gentalin es una antibiótico de amplio espectro. Asi que no te preocupes. Al cabo de la dosis señalada la condritis cederá. Te lo aseguro”. Mi doctora había hablado. Y punto. La marcha de la banda inglesa Fleetwood Mac marcaba la pauta del momento. Don't say that you love me! Just tell me that you want me! Sincronizadísimo Mick Fleetwood estremecía la batería. Tusk! tusk! tusk! Jamás imagine cuán desconcertante sería la revolución que se avecinaba. Tusk! tusk! tusk! La intimidante jeringa perfectamente empacada. El tubo de vidrio con el remedio anhelado. El suave algodón empapado del insípido alcohol. Qué terror. Mucho más. El preámbulo. “Sabes debes relajarte. No contraigas la pierna. He puesto miles de jeringas. Esto no es nada. La penicilina. Esa si que es mala. Dolorosa. Pero efectiva. Gentalin. Juego de niños”.

Quería llorar. Siempre ha ocurrido eso conmigo. ¿Cómo una señorita de 26 se va a portar de ese modo?. Me gritaba con la mirada mi mamá. Muerta de pánico que hiciera una escena. Como tantas que protagonicé en medio de un ataque de asma. O cuando me vi presa de las benditas alergias. Ni hablar cuando volaba en fiebre. Y sin perdonar el delirio ponía de vuelta y media el área de emergencias. Ahora era distinto. Debía respirar hondo muy hondo. Mantener la respiración. Cerrar los ojos. Tomar fuertemente algo. Cualquier cosa. Encomendarme a todos los santos. Y dejar que el remedio me invada. Dejar que fluya. Que recorra cada una de mis arterias. Que buceé por aquí por allá. Previas palmaditas. Me sentí extraña. Hace tiempo nadie me golpeaba ahí. Y me sentí más extraña aún. “Como niña malcriada. Vamos a pegarte”. Osea ¿Qué? Sabemos que sin dolor no nos hacemos felices. Pero aquello. Era una burla a mi desasosiego terrenal.

Inmediatamente sentí la aguja. Un estremecimiento sordo me invadió. Me abstraje del mundo. Para concentrarme en cada sensación. Un asalto gratificante. Se me ocurre. O una suerte de adagio inquietante. Y es cuando una interrogante. De tantas que deambulan por ahí. Se instaló por aquí. ¿Es posible coquetear con el dolor? ¿Y flirtear? Valga la precisión. Con este tonto dolor. Que peca de embriagador. “Viste no dolió. O si”. Ya pueden gritarme falsa cuando respondí no. Lier de quinta. Pero háganlo con la euforia debida. Si digo que no me gusto. Con la culpabilidad tatuada en el rostro. Divague. Ni sentada ni echada. Dolía todavía. Eso era. Nunca estuve ajena a los arrebatos tortuosos. Es más. Yo los preparaba. Con tanta devoción. Y cuánto los disfrutaba. Mil sutilezas extremas. Voluntaria o involuntariamente. Concluí. Los pinchazos se vuelven cada vez más aleccionadores. En ese ámbito.

Durante seis días. Pasadas las 10 de la noche. Sólo digo. ¿Vamos? Imposible no llegar a la hora. Después de mi fresas con leche. Todo un placer. Casi comparado con el colapso total. Mis inyecciones son el desvarío nocturno. Sentir como el ínfimo dolor se prolonga. Se extravía. Vuelve. Se agudizaba. Irradia. Resulta too much. Será que la locura no encontrada aún se viste de mil colores. Se esconde en ilegibles recetas médicas. En deliciosas frutas de estación. En superfluas esencias aromáticas. En tentadores zapatos de mujer. En el divertido turquesa del bóxer y corpiño. En el dulce – amargo bitter con leche empaquetado en una simple caja. O en el melodioso soft rock de Christine McVie y Lindsay Buckingham. Con una sesión pendiente. Y tan lejos de casa. Busco en lo cotidiano la adrenalina del miedo. Para dejar pasar al suspiro del alivio. A veces el dolor. El insano dolor resulta beneficioso. Como en mi caso. A veces el dolor El innecesario dolor resulta tortuoso. Hello deja el show.

1 comentario:

Giancarlo dijo...

oK. Dejaré el show.