Enfundada en unos palazos marrones. Camisa con bobos del siglo pasado. Botitas a tono. Y sin maquillaje en el rostro. Me encontraba presta a afinar los últimos detalles de mi puesta en escena. Mi transformación estaba casi lista. Solo me faltaba una bendita peluca. Pero tenia que ser una muy real. Mi personaje debería ser memorable. Tantas horas frente al espejo no podían resultar en vano. “Tarzan pecosa no sufras. Aquí estoy yo para ahogar tus penas en alcohol”. Tenía que lograr esa centellante voz de ensueño con terminación en viejita sublime. Y esos ojos subversivos de cordero degollado. Ya casi. Solo me hacía falta una cosa. Busque busque hasta que lo hallé. Lista. De la cabeza a los pies. Un lindo postizo de color castaño brillante concluía mi transformación. Señoras Señores. Con ustedes Terry Grandchester!. Chester! Excepto por la estrellitas en los ojos. Que bien quede. Iba lista a dar un par de cachetadas y, luego ya en tierra, abrazar a la víctima. Ahora que recuerdo al personaje. Bohemio bebedor fumador rebelde rompecorazones y sobretodo empresario millonario. Wuauh! Cumplía mi sueño. Era una o un yuppie!
Terminada mi función. Exhausta. Me encontraba parada en una de las calles más críticas de esta ciudad. Si bien arranque varios aplausos. No logré mi principal objetivo. Lograr que aquel símil de Annie pudiera tomar valor y enfrentar sus líos. Confieso nunca imagine tan complejos. Apelé a todo. Y no conseguí que D pudiera afrontar cara a cara a la bazofia del mismísimo centro de la tierra. Ella se fue. En un taxi. Como huyendo de todo aquello. Quizás era lo más saludable. Tal vez mi insana manía de recalar una y otra vez en el dolor. No iba con su temperamento aclimatado en las colinas de Ponny. Se acomodó en un mensaje de texto. Y finalmente me llamo. “Gracias por todo. Llegué bien. A qué no sabes. Me respondió”. Es decir tanta perorata y diatribas para nada. Mi tan bien caracterizado personaje fue superado por la tecnología sms. Me sentía feliz por ella. Pero la pregunta era. ¿Dónde guardaba tanta indignación ajena? ¿Qué hacía con esta cólera al verme impotente de afrontar mis propios temores?.
Decidida. Llegué a casa. Me quite tanto atavío inservible. Y sentada al borde de mi cama. Pensé en cada escándalo. En todas las tretas artimañas y conjuros. Dios eran muchos. Pero cada uno me arrancaba una sonrisa. ¿Cuánta valía necesite para emprender cada plan? Y sin sonar arrogante. Todos rindieron frutos. Pero sabia que aún tenía un artilugio pendiente. Y si antes libraba sendas batallas hasta el final. Ahora prefería vivir esta lúdica brisa del Sur.
La gente cambia. Constantemente. Para bien o para mal. Para circunstancias particulares. Para ánimos condescendientes. Para brindar. Para lamentar. Para gritar. Para trabajar. Para terminar. Para desear. Para salir a un bonito lugar. Para gritar más. Para acurrucarse en las faldas de mamá. O sencillamente para olvidar y ya.
Hoy me toca convertirme en un coatí americano. Veré a través del tierno Clin. Me reuniré con Candy. Para hablar de algunas miasmas como Albert, Archie, o Neil. Asumo criticaremos a una que otra Eliza. Escucharemos los consejos de la Señorita Pony. Comeremos pastelillos de la Hermana María. Y finalmente con nuestros Anthony´s hablaremos de chicos. Como dicen por aquí. Listo el teatro de operaciones. Que empiece la función.
Terminada mi función. Exhausta. Me encontraba parada en una de las calles más críticas de esta ciudad. Si bien arranque varios aplausos. No logré mi principal objetivo. Lograr que aquel símil de Annie pudiera tomar valor y enfrentar sus líos. Confieso nunca imagine tan complejos. Apelé a todo. Y no conseguí que D pudiera afrontar cara a cara a la bazofia del mismísimo centro de la tierra. Ella se fue. En un taxi. Como huyendo de todo aquello. Quizás era lo más saludable. Tal vez mi insana manía de recalar una y otra vez en el dolor. No iba con su temperamento aclimatado en las colinas de Ponny. Se acomodó en un mensaje de texto. Y finalmente me llamo. “Gracias por todo. Llegué bien. A qué no sabes. Me respondió”. Es decir tanta perorata y diatribas para nada. Mi tan bien caracterizado personaje fue superado por la tecnología sms. Me sentía feliz por ella. Pero la pregunta era. ¿Dónde guardaba tanta indignación ajena? ¿Qué hacía con esta cólera al verme impotente de afrontar mis propios temores?.
Decidida. Llegué a casa. Me quite tanto atavío inservible. Y sentada al borde de mi cama. Pensé en cada escándalo. En todas las tretas artimañas y conjuros. Dios eran muchos. Pero cada uno me arrancaba una sonrisa. ¿Cuánta valía necesite para emprender cada plan? Y sin sonar arrogante. Todos rindieron frutos. Pero sabia que aún tenía un artilugio pendiente. Y si antes libraba sendas batallas hasta el final. Ahora prefería vivir esta lúdica brisa del Sur.
La gente cambia. Constantemente. Para bien o para mal. Para circunstancias particulares. Para ánimos condescendientes. Para brindar. Para lamentar. Para gritar. Para trabajar. Para terminar. Para desear. Para salir a un bonito lugar. Para gritar más. Para acurrucarse en las faldas de mamá. O sencillamente para olvidar y ya.
Hoy me toca convertirme en un coatí americano. Veré a través del tierno Clin. Me reuniré con Candy. Para hablar de algunas miasmas como Albert, Archie, o Neil. Asumo criticaremos a una que otra Eliza. Escucharemos los consejos de la Señorita Pony. Comeremos pastelillos de la Hermana María. Y finalmente con nuestros Anthony´s hablaremos de chicos. Como dicen por aquí. Listo el teatro de operaciones. Que empiece la función.
2 comentarios:
Si me buscas tú a mi
me podrás encontrar
yo te espero aaaaquí si si
este es mi lugar
Si quieres reir, descubre la alegría de soñar
un mundo lleno de aventuras sin igual
junto a mi... a tu amiga Candyyyy
Te quiero mucho mi linda Terry con peluca!!
uhmmm...q interesante...candy se ha convertido en el fiel acompañante de los deseos de muchas personas...es mas, diria yo una gran influencia...
Muy dulce tu idea...
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