Sabía que esta discípula de Remedios la Bella no ascendería por los cielos del inmenso trópico, pero me fascinaba contemplarla.
La incertidumbre, melancolía, lamento y más sombras que luz tocaron incesantemente su puerta. Escuchaba esa plaga arribar cinco días de los siete que tiene la semana. Atenta me percataba de sollozos nocturnos y tardíos amaneceres. Las marchitas cortinas de su ventana apenas abiertas colaban tortuosos suspiros. Preguntas sin respuestas. No cabía ni un asomo de fe. Y un infinito olor del pasado inundaba todo su pasadizo.
Un sábado después de llegar del trabajo, vi apiladas tres inmensas bolsas negras frente a su puerta. Extrañada me detuve a escuchar el ruido que provenía de su departamento. Cual niña sorprendida, un fresco hálito me dio la bienvenida. “¿Todo bien?”, pregunté. “Como nunca. Me debía una mudanza desde hace muchos años”. En esos momentos no pude evitar la intriga. “Me lo hubieras comentado. Tal vez te hubiera podido ayudar”. Sus curiosos ojos se posaron en los míos y sus labios atinaron a decir: “Imposible. Aquello solo lo podía desechar yo”
Un abrazo selló aquel intercambio de palabras. Aún incrédula, ingresé a mi pequeña sala e inmediatamente sentí que todo el calor del Caribe – 38 grados para ser más precisa – había tomado por asaltado la pieza. Me quité las sandalias y el ardor de las losetas naranjas me ordenó a calzarlas nuevamente. Un golpe de fiebre encendió mis mejillas e inmediatamente abrí puertas y ventanas. Al mismo tiempo, reparé en un retrato que antes jamás hubiera apostado ver y que alimentaba mi asombro.
Aquella – antes sombría - mujer alborotó su cabello y formó tal algarabía que todo a su alrededor parecía destellar, su inmensa falda blanca de broderí revoloteaba al son de sus manos y su delicado talle no hacia más que seguir el compás del alegre melao de Israel “Cachao” López con su “Guajira de mi Corazón”. Tan solo faltaba que un pequeño aterrice con su liquiliqui – emulando a Gabo en 1982 – y parafraseé algún diálogo de Fermina Daza en “El amor en los Tiempos del Cólera”.
Sabía que esta discípula de Remedios la Bella no ascendería por los templados cielos del inmenso trópico, pero me fascinaba contemplarla. Observarla en su lúdico jolgorio. Deleitarme viendo como encendía una pequeña fogata y ahogaba promesas inverosímiles. Danzaba alrededor del pequeño fuego que devoraba infértiles deseos, mientras renovaba votos de esperanza. Un estrepitoso rayo acalló la ceremonia. La lluvia había llegado. Tan furibunda y rabiosa como el mismísimo sol abrazó el fin de esa inolvidable tarde.
Como simple espectadora no atiné más que a preparar el café más rico del mundo. Con una y media de dulce podía disfrutar todo el sabor de Colombia y celebrar a viva voz la alegoría vecina que ahuyentaba fantasmas del ayer. A cada sorbo podía escuchar el pronóstico de Ciara Civella: “Something good is coming to my home/ It's calling out my name and knocking on my door/ and I perfumed my bed with myrrh and cinnamon/ Something good is coming to my heart” Y sentir como las predicciones se pueden volver realidad. Con un poquito de voluntad.
2 comentarios:
“Imposible. Aquello solo lo podía desechar yo” Guardo cosas. Y resisto cualquier intento de terceros bien intencionados de tirarlas a la basura. Hasta que un día hago click y corro a los recolectores y yo mismo las arrojo al camión.
Un beso.
Mostro! Esa es una buena opción y viste k si es cierto hay recuerdos que te pertenecen tanto que te identifican de tal modo que solo tu tienes derexo a tirarlos por la ventana o simplemente seleccionarlos y darle el temible "clic".
Me encanta que vengas de visita por aqui y me encanta más que hayas puesto en mi agenda la posibilidad de - efectivamente - clickear - existirá esa palabra? - Whatever =S!
Besos mil
Mire
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